Los tacos y el café

Llegan las dos de la tarde y todavía me encuentro en el centro del Distrito Federal. Descubro un pequeño lugar para comer a unos metros de la Catedral. Se trata de un poco habitual changarro de comida barata -en una zona que más bien alberga restaurantes formales-; ahí, sólo se ofrecen “tacos de canasta”. Estos famosos tacos se llaman así porque vienen ya preparados normalmente con pocas variaciones: son de papa, chorizo, frijol, adobo. Se los transporta en una canasta –a menudo en la parte trasera de una bicicleta- envueltos en un plástico grande –por lo regular azul- y cubierto con telas y papel para separarlos y mantener el calor. Entre el momento que son elaborados y cuando se los vende, han pasado ya unas horas dentro del cesto –manteniendo la temperatura adecuada-, por lo que la consistencia de la tortilla se ha suavizado homogeneizando la textura y transmitiéndose los aromas de cada preparación. Cuando llega la hora de degustarlos, simplemente son deliciosos. Por su practicidad y precio, es muy común encontrarse con cientos las bicicletas por las calles de la ciudad, alguien que los vende y decenas de clientes afanados con un plato en una mano y un taco en la otra.

Pero, decía, con lo que me encuentro en esta ocasión no es con un señor en una esquina sino con un local de “tacos de canasta”. Cuando entro, la dinámica me sorprende. Es un largo pasillo de unos tres metros de ancho. En la puerta, en una especie de súper canasta, están los tacos y un joven se encarga de ponerlos, de acuerdo a mi indicación, en un plato de plástico envuelto en una bolsa transparente –que uno mismo toma- . Avanzo unos metros y le pido un refresco a otra persona. Paso al fondo y como en una barra, no sin antes ponerle una exquisita salsa verde que la encuentro en todos lados. Mientras almuerzo, rodeado por unas cincuenta personas que hacen lo mismo cada cual a su ritmo y antojo, me pregunto sobre el pago. Hasta aquí no hay mozo, nadie toma mi orden, no hay control ni vigilancia. Termino, me acerco a la puerta por el pasillo y una tercera persona me dice: “¿cuántos comió?”, le respondo que cinco y un refresco, y me comunica mi deuda. Antes de irme, le pregunto: “Oiga, ¿y qué si alguien le dice que comió menos de los que realmente consumió?”. “No –me responde-, eso no pasa”. Me voy pensando en el formato del intercambio. Eran tres sujetos para atender a un gran público, todo sobre la base de la confianza.

Como soy implacable con la costumbre de tomarme un café expreso cortado después del almuerzo –y no admito que sea de mala calidad-, me voy al famoso Starbucks a una cuadra. Entro y detrás del elegante mostrador una simpática muchacha me dice: “hola, ¿qué te damos? ¿Cuál es tu nombre?”. “Un café expreso cortado –respondo-; me llamo Hugo José”. “Gracias Hugo –continúa con voz suave- ahora te doy tu orden, son veinte pesos”.

Luego de pagar, espero unos minutos hasta que alguien diga en voz alta: “Hugo, aquí tienes tu expreso, que lo disfrutes”. Me siento en un cómodo sillón con mi cafecito. Entre tanto, me quedo pensando en las diferentes formas de consumo, en la amabilidad forzada y homogénea del Starbucks que sin conocerme ni importarles mi vida, me llaman por mi nombre pero exigen el pago antes de cualquier intercambio, mientras que en los tacos, sin ninguna cortesía exagerada simplemente confían en mi palabra (sin saber ni cómo me llamo). En suma, me detengo en las distintas formas de consumo en la Ciudad de México. Hasta que termino mi café, y es hora de partir.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Extraordinaria narrativa, Huguito.

Me hiciste recordar Bruselas y sus supermercados (Delhaize?) donde tú mismo escaneas tus compras y llegas con la cuenta a la caja. Y donde tú mismo pesas tu fruta y le pegas la etiqueta con el precio.

En esos momentos pensaba que lo mismo nunca sería posible en México, por cuestiones de "cultura". Sin embargo, tu recuento de los tacos de canasta pasa a diario en cada puesto de tacos al pastor, de lengua, de suadero ó e barbacoa. Y nunca he visto que alguien trate de abusar.

En cambio, sí he visto quien humildemente llega sin un quinto a pedir un taco de cortesía al taquero. Y bien se lo dan ó alguien se lo invita.

Esto último no lo he visto en Bruselas, ni en Walmart ni en Starbucks.

¡Viva México!

Un abrazo,

Abraham

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