BD (I)
No sé cómo nombrarla, de hecho se la llama de varias maneras.
Cuando era niño conocí a Mafalda. La empecé a leer, tal vez muy tempranamente, impulsado por el ambiente politizado de mi familia que repetía ese nombre con entusiasmo. Confieso que leía sin entender, pero como los pequeños que se ríen cuando un grupo lo hace sin que necesariamente hayan comprendido el chiste, yo disfrutaba de sus personajes y entre tira y tira con algo me quedaba.
Supe entonces que esos dibujos que contaban historias eran Historietas. Tuvieron que pasar muchos años para salir de Mafalda con su mundo encantador y sumergirme en la “historieta argentina”, en sus autores, su narrativa, su creatividad y potencia. Ahí las imágenes adquirieron otro tenor, conocí a Héctor Oesterheld, Alberto Breccia, Hugo Pratt o Francisco Solano López, y comenzó otro tiempo.
El segundo contacto con la imagen dibujada fue en México. Leyendo regularmente La Jornada, disfrutaba de sus “moneros”. De hecho ellos ocupaban un lugar central en la propuesta periodística, sus caricaturas tenían el mismo peso que la reflexión de un gran articulista. Recuerdo que por los noventa aquel periódico tenía un suplemento dominical que era fantástico. Disfruté de Magú, El Fisgón, Helguera, Rocha o Ahumada –hasta Jis y Trino-. También acompañé a Naranjo y descubrí –tardíamente- a Rius. De hecho, entre paréntesis, guardo un número de “Los Agachados” de Rius dedicado íntegramente a Bolivia, que comentaré en otra ocasión. Me dejé emborrachar por los “moneros”, pero todavía me faltaba algo, salir de la coyuntura y entrar en la historia desde el trazo.
Fue en Bélgica donde la Bande Dessinée me atrapó por completo. Era de esperarse. Recorrí Tin-Tin y muchos otros, pero sobre todo me quedé en las Ciudades Oscuras construidas por Benoît Peeters y François Schuiten. Esa fue la cúspide de mi deslumbramiento, le encontré total sentido al diálogo entre texto e imagen: comprendí que se complementan, se atraen, se buscan, cantan una misma melodía. De ahí a nuestros días, ya no hay vuelta atrás. Ya no miro igual, ya no soy el mismo.
Confieso mi ignorancia respecto del Comic estadounidense, sé que sus héroes y escenarios son sorprendentes, pero tengo pendiente descubrirlos.
Y vuelvo, ¿cómo nombrarla?: Historieta –a la argentina-, Comic -a la gringa-, Bande Dessinée -a la belga-. Ya poco importa. Más que palabras lo que me convoca es la experiencia, los intensos momentos que vivo cuando tengo entre mis manos una de ellas. Con eso me basta.
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Juan Pablo