La casa de todos


Viene un taxi para llevarme al aeropuerto de la Ciudad de México. En el camino pregunta por el destino de mi viaje: “a Bélgica”, respondo, y empieza a interrogarme generalidades sobre este país; “cuénteme algo bonito”. Mi parlamento prosigue abundando sobre la “Grand Place” de Bruselas, los canales de Brujas, los chocolates y la cerveza. Hasta que la situación se invierte, dejo que salga mi curiosidad sociológica y soy yo el que empieza a poner preguntas. Y ahí sí, la conversación torna interesante.


El chofer vive en el Distrito Federal hace más de treinta años, donde mantiene a dos mujeres y cinco hijos. Es originario de Guerrero, cerca de Acapulco, y posee un rancho con ganado, caballos, sembradíos de maíz y frijol. La finca fue herencia de su abuela quien se la regaló en la perspectiva de preservar el patrimonio en un miembro de la familia evitando la dispersión. “Nosotros somos diez hermanos -cuenta el taxista- pero mi abuela quiso dejarme la casa y la tierra a mí porque sabía que soy responsable, que la iba a cuidar y no la iba a vender”.

Con los hermanos regados por México y Estados Unidos, el único lugar de encuentro es el rancho en Guerrero. El lugar tiene treinta cuartos y capacidad para alojar a centenas de personas. Cada navidad se reúnen todos: tíos, primos, abuelos, hermanos y quien quiera llegar. “Mi responsabilidad –continúa su relato- es que el rancho esté siempre abierto para cualquiera de mis familiares, eso era lo que quería mi abuela. Aunque los papeles estén a mi nombre, es la casa de todos”.

Lo interesante del caso es la responsabilidad –y el esfuerzo- con el que asume el mandato el nieto que, además de trabajar como taxista en la ciudad –lo que ya es una labor pesada- cuida las tierras en el campo –a cinco horas de distancia-. Su fuente de ingreso está en el taxi, no en la cosecha, pero su compromiso es la manutención del vínculo familiar, que en los hechos ya vivió una diáspora hace algunos años, y que él se empeña en mantener un lazo a través del cuidado de la inmueble.

Quizás ese modelo de familia unida y vinculada a un territorio es el que vivió y cultivó la generación de mis abuelos, para quienes casa y familia siempre iban de la mano. Los nuevos tiempos complicaron las cosas, con los años la propiedad de los abuelos normalmente se convirtió en la manzana de la discordia y a menudo fue la causa de la dispersión y distanciamiento de los herederos. Pero en casos más afortunados sucedió lo que me cuenta el taxista, donde más allá de la distancia, ese lugar sigue siendo el refugio para compartir con las nuevas generaciones. Bonita historia de resistencia frente a la tendencia a la disolución familiar del mundo contemporáneo.

Comentarios

Unknown ha dicho que…
Muchos que seguimos intentando ser historias de resistencia ante las diásporas encontramos en historias así fuentes de inspiración. Gracias por compartirlo!
Anónimo ha dicho que…
Me recuerda Jungapeo ... ¿cuándo vamos?

Entradas populares