La traducción en la Sociología
La traducción en la Sociología, como en la literatura, tiene una
importancia capital. Podemos rastrear
cuáles han sido los principales promotores de algunas traducciones y las
implicaciones para las comunidades locales, y nos llevaremos interesantes
sorpresas analíticas. La traducción de
un autor marca el rumbo de la agenda científica. Por ejemplo, es conocido que Pierre Bourdieu
introdujo a Erving Goffman en Francia publicando una buena parte de sus títulos
en la colección El sentido común de
Ediciones Minuit. Bourdieu consideraba
que Goffman era un artesano de lo “infinitamente pequeño” y cuya obra criticaba
a “los teóricos sin objeto y los observadores sin conceptos”, por ello su
perspectiva sociológica podía dialogar y dinamizar la reflexión académica
francófona, y así fue[1].
Por ello, la pregunta ineludible parece ser ¿por qué es substancial la
traducción en la Sociología? En lo que
sigue expondré cuatro dimensiones del tema y un corolario.
En primer lugar, hay que decir que una obra clásica de Sociología es
como el buen vino, está viva: por más que esté embotella, sigue viviendo un
proceso de transformación silenciosa (de ahí la importancia de la cata de vino).
Por eso la fórmula clásica de
“traductor-traidor” en Sociología debe ser pensada desde otro lado a través de
la dupla traductor-recreador, inventor.
Cuando Bourdieu escribe La miseria del mundo, reflexiona sobre la
operación de trascripción -refiriéndose a las entrevistas resultado del trabajo
de campo- y señala que transcribir es escribir, reescribir, como “la oralidad
que opera el teatro”[2]. Aunque el autor se refiere a la palabra
resultado de la investigación empírica, la analogía sirve para pensar la
traducción de otro sociólogo, pues funciona de la misma manera. Así, la obra publicada hace mucho tiempo
sigue siendo dinámica, y el desafío de intelectual deberá ser releerla y
reescribirla desde los parámetros científicos de su época –y por supuesto- de
su lengua.
Vamos a un ejemplo. En 1996
Jean Claude Passeron impulsó la nueva traducción de Weber en un libro llamado Sociología
de las religiones[3]. El documento era de una riqueza mayor porque
reproducía distintos textos –por supuesto previamente publicados- pero tenía
algunos añadidos como el prólogo hecho por el mismo Passeron y un glosario
razonado. Las reacciones en el ámbito
académico del momento iban en dos direcciones, por un lado, aquellos que veían
el texto como un esfuerzo inútil por desempolvar documentos ya disponibles, y
por otro, no faltaban quienes recibieron el libro con especial expectativa
respecto de las novedades interpretativas que podía traer.
Lo que resulta especialmente sugerente es detenernos en algunos
pasajes que enseñan diferencias entre la lectura de Weber que propone Passeron
en 1996 y aquella de Medina Echavarría de 1944 en el libro Economía y
sociedad publicado por el Fondo de Cultura Económica[4]. Cuando Weber hablaba de las “condiciones y
efectos de un determinado tipo de acción comunitaria, cuya comprensión se puede
lograr sólo partiendo de las vivencias, representaciones y fines subjetivos del
individuo”, en la versión castellana se utiliza el término “fines subjetivos”[5], mientras que en la
francesa “experiencias subjetivas”. La
diferencia entre “fines” y “experiencia” no es casual; hay que recordar que dos
años antes, en 1994, Francois Dubet había puesto el tema en la reflexión
académica con su libro precisamente titulado Sociología de la experiencia[6].
En otro pasaje, Weber se refiere al vínculo entre lo religioso y el
sujeto creyente; en la versión castellana se traduce como “el esfuerzo
religioso ejercido sobre sí mismo” que conduce al “autoperfeccionamiento”[7], mientras que en la
versión francesa, se opta por otra redacción: “el trabajo que la persona
efectúa sobre ella misma” y se subraya los medios para “el perfeccionamiento
del sí”[8]. Pensar en el sujeto a partir de “un esfuerzo”
sobre sí mismo y su autoperfeccionamiento va en distinta dirección que detenerse
en el “trabajo” para consigo mismo, evocando de manera clara la idea del
“sí”. Guy Bajoit en la misma década
había presentado varios textos donde se ponía en el centro el “trabajo del sí
consigo mismo”, lo que llamó la “gestión relacional del sí”, particularmente en
su texto Por una sociología relacional[9].
En suma, la traducción hecha desde México en los cuarenta por Medina
Echavarría reposa sobre un paradigma de sociedad distinto al de la sociología
francesa de los noventa, donde el individuo está en el corazón de la misma. Medina Echavarría está abriendo brecha
sociológica –institucional y conceptualmente- pero los parámetros fundamentales
de comprensión de lo social giran preponderantemente alrededor de construir
herramientas para el estudio de la nación y sus grandes desafíos; en ella, las
colectividades –de manera preponderante clase y etnia- ocupan el lugar
central. Siguiendo la tipología de
Bajoit, aquel es un momento donde prima el paradigma sociológico de la
integración[10]. En el otro extremo, en los años noventa la
sociología francesa está atravesando por un proceso de renovación profunda, son
varios autores los que plantean una “gran mutación” que conduce a una nueva
idea de sociedad. Los aportes de la Sociología
clásica son puestos en duda y se abre una serie de opciones analíticas en
decenas de libros especialmente sugerentes que marcarán la reflexión por varias
décadas. Por supuesto que releer a Weber
en esas circunstancias obliga a poner atención en otros elementos.
Dicho de otro modo, la Sociología, al estar viva, debe correr la misma
suerte de la relación entre música y innovación tecnológica: se requiere una
constante “remasterización” de sus originales, y cada traducción va a ser
prisionera, para bien y para mal, del lugar y tiempo de enunciación y del paradigma
científico desde donde se la realice.
Un segundo elemento es que estamos viviendo una tendencia a la hollywodización
de la Sociología. Como bien ha
reflexionado Renato Ortiz en su texto La supremacía del inglés en las
Ciencias Sociales[11],
la “pesadilla monolingüe” empieza a
imponerse, lo que se resume en la irónica –pero certera- frase: lo que no está
en inglés está inédito. Las ciencias
llamadas “duras” ya sucumbieron a la tentación por sus propias lógicas y
contenidos, pero que la Sociología vaya en esa dirección es lamentable, pues no
haría más que empobrecer la disciplina.
Si esa tendencia se logra imponer, las iniciativas de nuevas
traducciones quedarían en el pasado, y todos estaríamos sometidos a una
geopolítica de dominación lingüística y científica con duras consecuencias para
la ciencia y la sociedad.
En dirección contraria, la Sociología debe moverse más bien como lo
hace el mundo del cómic. Más allá de las
influencias norteamericana y japonesa, en el cómic no existe un centro
monopólico, es imposible pensar que una historieta se presente en todo el
planeta en un mismo tiempo creando consumidores globales. Los belgas se leen entre ellos, los argentinos
lo propio, o los estadounidenses, sin ser totalmente desconocidos unos con
otros. Su riqueza está en la
construcción de comunidades locales con vinculaciones internacionales más que
en la magnífica ilusión de globalidad.
No hay un núcleo rector, por lo que se gana mucho más cuando las redes
de intercambio se establecen directamente creando puentes lingüísticos. Así, un texto de Sociología en portugués,
tendría que ser traducido al francés; uno escrito en árabe, al alemán; otro del
chino al aymara, y así hasta el cansancio.
Un cuarto aspecto es la pertinencia o no de las traducciones, pensando
para nuestro caso de hispanoparlantes, y los juegos de poder entre las escuelas. Como es sabido, las obras se impulsan desde
los países que tienen más recursos para hacerlo y se seleccionan aquellas cuyos
autores o tienen mucho valor en el mercado, o cuentan con una red de
estudiantes que con los años ocupan posiciones de poder en sus respectivos
países. España, México y Argentina
marcan el rumbo respecto de países pequeños.
En esta lógica, Alain Touraine por ejemplo ha sido traducido más
tempranamente que Pierre Bourdieu, a quien tuvimos que esperar hasta el
transcurso de los noventa para que empiecen a aparecer una parte de sus obras
importantes. Así, al no tener discípulos
hispanoparlantes que promuevan sus ideas, se dejan vacíos imperdonables: Howard
Becker, que es un autor que hubiera podido aportar mucho para estudiar los
comportamientos del mundo de la cultura, se lo empieza a traducir recién hace
algunos años en Argentina; el libro El razonamiento sociológico de
Passeron[12],
indispensable para la discusión epistemológica y que es considerado una segunda
parte de El Oficio del Sociólogo, salió recién el año pasado (20 años
después de su publicación en francés); quedaron en el camino textos como La
Sociología de la experiencia de Francois Dubet (recién se lo publicó hace
dos años); las Sociologías de la modernidad de Danilo Martuccelli[13] (que reemplazó al clásico
Las etapas del pensamiento sociológico
de Raymond Aron en la enseñanza universitaria francesa); la Sociología
relacional de Guy Bajoit, etc. En suma, son muy notorias las ausencias, y
todo indica que responden más a la posición de las escuelas y su relación con
el poder académico local, que a una agenda científica.
Las cuatro dimensiones rápidamente señaladas conducen a un corolario
que no por complejo en lo operativo es menos pertinente. Por un lado, en lugar de dirigirse hacia la
homogenización lingüística en la producción de conocimiento en ciencias
sociales, se debe tender hacia el derecho de hacer Sociología en el idioma
local y el esfuerzo de las otras comunidades de comprender –al menos leer- la
lengua del otro. Si cada sociólogo
podría leer al menos en tres o cuatro idiomas, se fortalecerían más los
intercambios. Y por otro lado, se deberían
construir ámbitos de traducción y retraducción cruzando lenguas y tiempos,
construyendo nuevas redes temporales y territoriales. Sólo así estaremos camino
hacia el enriquecimiento y no hacia el ocaso de la Sociología.
(Publicado en La Gaceta del Fondo de Cultura Económica, N. 513, Octubre 2013)
[1] Pierre Bourdieu, La muerte del sociólogo Erving Goffman. El descubridor de lo
infinitamente pequeño, consultado en Internet:
http://sociologiac.net/2012/01/20/inedito-la-muerte-del-sociologo-erving-goffman-por-pierre-bourdieu/
, 26/11/2012.
[2] Pierre Bourdieu, La miseria del mundo, Ed. FCE, Buenos Aires, p. 540.
[4] Max Weber, Economía
y sociedad, Ed. FCE, 1987 (primera en 1944)
[5] Ibid., p. 328.
[7] Max Weber, Economía
y sociedad, p. 549.
[8] Max Weber, Sociologie
des Religions, p. 184.
[9] Guy Bajoit, Pour une sociologie relationnelle, Ed.
PUF, Paris.
[10] Ibid, p.19.
[11] Renato Ortiz, La
supremacía del inglés en las ciencias sociales, Ed. Siglo XXI, Buenos
Aires, 2009.
[12] Jean-Claude Passeron, Le raisonnement sociologique, Ed. Nathan, Paris, 1991.
[13] Danilo Martuccelli, Sociologies de la modernité, Ed. Gallimard, Paris, 1999.
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