Adiós a El Desacuerdo
Recibo con tristeza la
noticia de que periódico El Desacuerdo
llegó a su fin. Las razones, me dicen, responden a lo difícil que es llevar un
proyecto de ese tipo sin apoyos formales sostenidos. El Desacuerdo dio una bocanada de aire fresco a la política local y
al periodismo. Siendo claramente progresista, no fue militante; logró no ser
una trinchera, un refugio de conversos que comparten elogios y destilan
descalificaciones a quienes no forman parte del club. Eso abunda en nuestro
medio, es tan difícil encontrarse con espacios donde el argumento sensato fluya
en distintas direcciones y discuta con quien opina distinto. El periódico no
abandonó ni ocultó su simpatía con el llamado "proceso de cambio",
pero no dejó de ser distante y crítico.
El Desacuerdo se
sumó a la larga lista de iniciativas que en Bolivia tuvieron una similar
intención y, lamentablemente, corta vida. Recuerdo que en 1993 lanzamos con un
grupo de amigos el periódico Caraspas
en un momento en el que las cosas se movían. A menudo revivo la imagen de ese
pequeño colectivo repartiendo su palabra impresa en El Prado, incluso le
hicimos llegar un ejemplar a Fidel Castro y a Rigoberta Menchú que en esos días
estaban de visita. También me hizo recordar el suplemento Bien puesto, con otra gente desbordante de entusiasmo y
creatividad, o la revista Puntos
suspendidos, donde, por cierto, publicaba nuestro querido Álvaro antes de
que la fama y el poder tocaran sus puertas. En suma, esos y tantos
espacios cuyo principales capitales son la responsabilidad, el compromiso, el
dinamismo y las enormes ganas de decir algo.
Los nombres que pasaban
por el periódico siempre eran agradables, sus letras constantemente sugerentes.
Las ideas y los argumentos jugueteaban con la elegancia en la escritura y la
coherencia en la diagramación. Los temas no eran político-céntricos sino que,
raro en Bolivia, se permitía otros temas y enfoques, desde el fútbol hasta la
arquitectura, además de firmas que llegaban de más allá de nuestras fronteras.
Casi desde el nacimiento
del periódico, me invitaron a colaborar. Confieso que nunca me sentí tan bien
acogido. Propuse una columna corta, cotidiana, algo para leer rápido, alguna
historia donde se podía reflejar cualquier paseante urbano; la llamé “Vida de
ciudad”. Además, retomé lo que ya había hecho en otros espacios: introducir en
el texto una fotografía no que ilustre, sino que acompañe el relato, que abra
nuevas interpretaciones, que explique y dialogue con lo escrito. En las pocas entregas,
escribí con una libertad casi irresponsable, sin miramientos, dejando que el
teclado transmita la experiencia vivida. Pocas veces estuve así de cómodo
frente a la pantalla.
Publicado en suplemento Ideas de Página Siete (7-6-2015)
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