Concierto de plantas para plantas

La semana pasada escuché un programa en la radio en el cual se debatía sobre la llamada “inteligencia artificial”, a propósito de que una computadora venció al campeón mundial del milenario juego chino Go. Tenía mi siguiente artículo en la cabeza: iba a reflexionar sobre la humanización de la tecnología y de los animales, sobre proceso a través del cuál el hombre crea rivales artificiales y se asusta cuando “le ganan”, y aquellas antigua ilusión de dar vida a la materia que atraviesa tanto Pinocho como RoboCop.
Cabalmente en estos días, mi esposa encontró el ejemplo que iba perfecto con mi argumento: una instalación donde las plantas daban un concierto para otras plantas. Todo cuadraba, era un evento donde se proponía que la naturaleza hacía algo estrictamente humano, como es un concierto.
Pues bien, mis razones se fueron esfumando cuando llegué al Jardín Botánico de la UNAM para ver de qué se trataba.
El músico Ariel Guzik –que además es herbolario, inventor y artista plástico dedicado a crear “mecanismos e instrumentos que exploran y dialogan con diversos lenguajes de la naturaleza”-, se empeñó hace varios años en crear puentes entre los sonidos de seres vivos, su energía y vibración, vinculándolos con artefactos capaces de resentirlas en forma de música. En este caso, el Concierto para plantas “es una instalación itinerante en donde el ejecutor es una planta conectada mediante pequeños electrodos a un Laúd y la música es dirigida a un público también conformado por plantas”.
Cierto, todo parece muy loco. Me acerco a un pequeño invernadero que en la puerta tiene un letrero que dice “disfruta del concierto en silencio”. Al interior hay un camino circular rodeado a ambos lados de cientos de cactus chicos en macetitas color terracota. Todos muy bien cuidados, una bellísima variedad cactácea que nunca había visto: los hay largos y esbeltos, expandidos por el suelo como serpientes, redondos, con flores, con hojas llenas de espinas, lizos, distintos tonos de verde, con pelusa o sin ella. En el centro, sobre un fino mantel rojo, está el artista, un elegante cactus verde claro con tres largas y delicadas ramas con dos delgados alambres incrustados en las hojas conectándolo al laúd de madera fina a su lado, puesto sobre una manta café claro.
Entro sin provocar ruido haciendo caso a las indicaciones y empiezo a escuchar una melodía suave que acaricia los oídos y te transporta a algún lugar místico donde te sientes flotar entre las notas. Camino un poco más, intento que mis pasos no perturben el ambiente, me dejo ir, o más bien me dejo llevar. Estoy cautivado, encantado. Veo un letrero en el piso: “Las plantas están disfrutando de su concierto, favor de no tocarlas”, y me siento un ser vivo más que también disfruta de esa maravilla.
Me queda claro: tendrá que esperar mi reflexión analítica sobre cómo el hombre transfiere sus cualidades al mundo natural. Aquí, hoy comulgo con la naturaleza.  
(Publicado en El Deber, 27/03/2016)

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