El Face
Hugo José Suárez
Siempre llego
tarde a la tecnología. Cuando todos mis amigos tenían un celular, yo tuve que
sufrir un accidente en auto para convencerme de que, en ese momento, era
indispensable tenerlo para pedir auxilio. Lo mismo me pasó con el Face: muchos abrieron sus cuentas y yo
fui uno de los últimos. Al principio
anduve con cautelosa desconfianza por cada una de las páginas por las que
transitaba, cuando invitaba a alguien a ser mi “amigo”, sentía que me estaba
comprometiendo demasiado, lo propio cuando me llegaba alguna solicitud. Pero
fueron pasando los meses y los años; ahora tengo centenas de “amigos” y
prácticamente no hay día que no entre al menos dos o tres veces a mi cuenta. Ahí
está lo bueno, lo malo y lo feo.
Me asombra la
intimidad hecha pública. Las fotos de enamorados, la comida, el mensaje amoroso
-que se supone debería tener sólo un destinatario-, el sufrimiento, la alegría,
el festejo. Parece que la gente disfrutaría compartiendo cosas que, en
principio, sólo le importan a su emisor, o, si acaso a un receptor específico.
También es
curiosa esa comunidad ilusoria a la cual uno siente pertenecer. Da la impresión
de que escribiendo algo en “mi muro” todos lo verán, pero en realidad, no deja
de ser como tirar al mar una botella con un mensaje sin tener claro cuál será
su destino.
Los protocolos de
comunicación en Face son
tremendamente reductores y dirigidos. Hasta hace poco, sólo se podía poner un “me
gusta” a lo que el otro había subido en su cuenta; eso conducía a situaciones
paradójicas donde frente a una noticia dramática o algo desagradable, quienes
se sentían solidarios no tenían otra opción que un “me gusta”. La nueva
iniciativa ha sido diversificar la participación con cinco reacciones más: un
corazón y cuatro caritas sea de risa, sorpresa, llanto o enojo.
Por otro lado,
los administradores de esa empresa han comenzado a brindar facilidades para la
identificación con causas sociales. Así, el día del la diversidad sexual, cualquier
usuario podía colorear su foto con líneas del arcoíris, o frente a los
atentados en París, se teñía la imagen con la bandera francesa.
En ambos casos,
el peligro es que el Face, por un
lado, marca las formas de comunicación estandarizando los sentimientos y las
maneras de expresarlos (no hay una carita para el desasosiego) empobreciendo y homogenizando
la riqueza de las lenguas, y por otro lado, impone una agenda política y social.
Pero si hay algo
irritante es el día del cumpleaños. Imagino que a todos les pasa, pero cuando
llega el mío, recibo tantas felicitaciones que es difícil disfrutarlas
cualitativamente. En el caso de varios mensajes, me es imposible identificar al
responsable ni la calidad del vínculo que nos une. A algunos “amigos” no he
visto en años, y como el tiempo hace lo suyo con los cuerpos, seguro que no los
reconocería si me los encuentro en la calle.
También es cierto
que, gracias al Face uno se entera de
asuntos que no están en la prensa. Como vivo en México, parte de lo que sé de
Bolivia es porque tengo tantos “amigos” allá que me entero de tensiones y
pormenores imposibles de percibir de otra manera.
Visto positivamente,
no hay que dejar de mencionar el rol de las llamadas “redes sociales” en la
democratización de la información, la ruptura de los cercos mediáticos propios
del poder monopólico o incluso la posibilidad de movilización social. Además,
como lo ha señalado Benito Taibo en su sugerente libro Desde mi muro, donde recoge lo escrito en un par de años, ahí
también circulan ideas libres y es un lugar de creatividad.
En suma, como se
decía para la televisión años atrás, por el Face pasan moscas y mariposas, el
chiste está en saberlas escoger y diferenciar. Y dejo este artículo aquí porque
ya casi llegué a los 4000 caracteres y se hizo tarde: me urge ver si tengo
nuevos mensajes, amigos o “me gusta” en mi cuenta.
Publicado en El Deber,13/3/2016
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