¿Y qué me cuenta del Perú?
Hugo José Suárez
Siempre
me he preguntado por qué los paceños tenemos una relación tan distante con Lima
y en general con el Perú. Cuando fui a Cuzco por tierra hace ya más de una
década, comprendí que más que frontera, había una continuidad entre ambos
países, la expansión de una misma cultura compleja con distintos rostros. Sin
duda, una sola matriz. No pasa lo mismo con ninguno de nuestros vecinos, lo
sabemos bien.
Unas
semanas atrás conocí Lima poco antes de cumplir mis cincuenta años de vida.
Desde joven había pasado por el aeropuerto internacional, de hecho mi primera
salida al extranjero -hacia E.U.- fue por esa vía. Innumerables ocasiones
estuve tentado de quedarme unos días, atravesar la puerta de ingreso en vez de
detenerme en la sala de tránsito. Pero no, las razones para seguir mi rumbo sin
interrupción siempre fueron mayores.
No
entiendo la distancia que hemos creado con Perú. Los bolivianos conocemos más
Buenos Aires que Lima, Santiago que Cuzco. Hace tiempo que debería haber
programas sostenidos de intercambio y que la gran mayoría de paceños conozcamos
Lima y viceversa. Hay una larga tradición histórica y cultural que deberíamos
reforzar, somos, finalmente, dos caras de una misma medalla.
Decía
que pude finalmente recorre Lima así sea a vuelo de pájaro. Debo aceptar que
fue por razones de mercado -el precio de los pasajes bajaba si partía más
tarde-, pero estoy contento de esos fabulosos empujones que a veces las
compañías aéreas.
En
mi corta estancia pude ver la formidable catedral, el Palacio de Gobierno, la
Plaza San Martin y la zona de museos. También me subí a los autobuses entre el
gentío y los movimientos muy similares a cualquier colectivo paceño. No más,
sólo una miradita, aunque suficiente para tener certeza de que debo volver con
mucho más detenimiento.
Lo
más entrañable fue recorrer por el barrio de infancia de mi esposa, cuya
familia salió exiliada en 1971 bajo la dictadura de Bánzer y vivió allá siete
largos años esperando la caída del dictador. En ese tiempo hicieron amigos
inolvidables, precisamente esta vez ellos, Juan Gargurevich y Pierina Liberti nos alojaron en su casa (son de esas personas
que uno agradece haberse encontrado en la vida). Comimos en el patio de su
domicilio, ahí por donde pasaron tantos latinoamericanos y donde mi esposa
todavía recuerda haber conocido a Benedetti cuando era niña.
Como
no podía ser de otra manera, los Gargurevich nos regalaron dos libros notables:
La razón. Crónica del primer diario de
izquierda, del propio Juan, y La
guerra senderista, de Antonio Zapata. El primer texto, que fue publicado
por primera vez en 1977, analiza la faceta periodística de José Carlos
Mariátegui y muestra cómo el diario La
Razón le permitió un mayor contacto con sindicatos, luchas, huelgas,
organización de mitines y construcción de un pensamiento marxista
latinoamericano autónomo y lúcido. “A la vez -dice Gargurevich en el prólogo
del 77 refiriéndose al sentido del libro- quiere ser una exhortación a los
jóvenes periodistas a conocer la vida y huellas de aquel muchacho que de
ayudante de linotipo llegó a ser director de un diario, grande en la historia,
sin más fortuna que su empecinamiento y su talento. Y sin buscar más
retribución que la revolución social”.
El
libro de Antonio Zapata -publicado el 2017- analiza la dura experiencia de
Sendero Luminoso. Lo hace con una claridad que se agradece; no levanta banderas
ni las esconde, sobre todo privilegia la comprensión de un fenómeno buscando
las razones y los puntos de vista cada quien y, de manera innegociable, tomando
a las víctimas como el hilo de la interpretación.
En
suma, mirar hacia nuestro vecino nos haría tanto bien. “¿Y qué me cuenta del
Perú?” -frase que retomo de un diálogo en el libro de Gargurevich- debería ser
una pregunta recurrente en nuestras conversaciones.
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